Cuatro sinfonías fueron suficientes para que Robert Schumann dejara su impronta. Sin dejarse intimidar por la sombra de Beethoven, consiguió desde el principio acuñar un lenguaje muy personal, con una asombrosa combinación de rigor formal y libertad de inspiración. Pablo Heras-Casado y la Münchner Philharmoniker ofrecen su interpretación de este corpus, más misterioso de lo que parece, que habla del alma apasionada y atormentada de su compositor.